José Luis Garci (Madrid, 77 años) se presenta como ex director de cine a unas fans que lo paran por la calle. Entra en Rafa, restaurante de la calle Narváez de Madrid, su barrio. “Cuando me hice conocido me llamaban el chico de Narváez. Luego se hizo famoso Butragueño, que vivía aquí, y me quitó el título”, dice. Le acaban de poner dos implantes en la dentadura, así que pide blando: ensaladilla, zamburiñas y steak tartar. “Lo peor es esa inyección de la anestesia en las encías, es como en las películas de las nazis”. En las tres horas de conversación, para Garci todo pasa “como en las películas”. Cada historia, cada detalle, cada camarero: todo tiene una correspondencia en esta o aquella película, todo le pasó a este o aquel personaje. Para beber pide un dry martini, “que es lo que bebía aquí siempre con David Gistau”, dice en referencia al periodista y escritor fallecido en 2020. Garci es padrino del hijo pequeño de Gistau, al que nada más nacer hizo socio del Atlético de Madrid para vacunarlo contra el forofismo madridista de su padre. Consideraba como un hermano mayor al poeta y columnista Manolo Alcántara, fallecido en 2019. Y ese mismo año Garci perdió a su nieto, de 15 años, por un cáncer de huesos. Al año siguiente murió el padre del chico, yerno de Garci. Ganador del Oscar en 1983 por Volver a empezar, bebe un sorbo de dry martini y urge unas croquetas “para que esto no caiga con el estómago vacío”.
Pregunta. ¿Qué se hace con la tristeza?
Respuesta. Nada, qué coño vas a hacer. Cuando llegas a esta edad y abres el periódico, y ves a unos metiéndose con otros que parece que se les va la vida… Se van a morir de un lado y de otro, qué más da.
P. ¿Abre el periódico?
R. En Guadalmina [Marbella] creo que soy el único que compra el periódico en papel. Todos los días: Marca, As, El Mundo y Abc. Por la playa, cuando paseaba, nadie leía el periódico, ni un libro. Quizá lo estuviesen haciendo con el móvil, no lo sé. Es otra época. Ni mejor ni peor, distinta.
P. Usted nunca ha tenido ordenador, ni internet, ni teléfono móvil.
R. Ni coche. Cuando quería coche era a los 18 años y no me daba para tenerlo, y cuando ya me daba para tenerlo, lo que quería era chófer, y tampoco llegaba [ríe].
P. Pero no es especialmente nostálgico.
R. Ese discurso de “antes todo era mejor”… Antes tenías 20 años, eso es lo que pasa. Yo estoy a favor de lo que llegue. A mí el vídeo ya en su momento me pareció la leche. Que a las tres de la mañana no puedas dormir y te pongas El hombre que mató a Liberty Valance, en fin. Es un invento impresionante. Y ahora en el metro, aburrido, te puedes poner en el teléfono Sed de mal. Quién está en contra de eso.
P. No sé si mayoritariamente se usa para ver Sed de mal.
R. Que lo usen como les de la gana, que para eso es suyo. Mira, la gente comete un gran error cuando dice “en mis tiempos”. ¿Qué tiempos? Tus tiempos son estos, ¿o ya has muerto y no nos lo has contado? Di “hace años”. No “tus tiempos”. Lo que venga, bendito sea. Si yo hubiera nacido más tarde igual estaría tatuado o tendría un pirsin en la cara.
P. ¿Tatuado?
R. Alguna secuencia de Casablanca, yo qué sé [se parte de risa].
P. Ha dicho en una ocasión que conservador tiene sentido serlo cuando se conserva lo mejor.
R. Cuando estudiaba en el instituto entraba nuestro profesor Alberto Sánchez, que nos hablaba de Cervantes y el Quijote. Llegaba y nos levantábamos todos. “Siéntense”, decía. Él enseñaba y nosotros aprendíamos. Allí no había esa cosa de “somos todos iguales”, qué coño vamos a ser todos iguales si este señor nos está contando unas cosas del Quijote que ni soñábamos. “Somos todos iguales y no hay que levantarse, el profesor es un colega”. No, mira: hay que respetar a este tío que sabe más que tú, y además te lo enseña.
P. Su madre.
R. Tenía un soplo en el corazón, tuvo que dejar de trabajar y después de mí no tuvo más hijos, fui el único. En casa no éramos creyentes, no íbamos a misa. Pero mi madre era del Jesús de Medinaceli. Y a pesar de estar enferma, los primeros viernes de marzo se quedaba toda la noche en vela. Por qué era de Jesús de Medinaceli no tengo ni idea. Un año, y este es el gran misterio de mi vida, mi madre se puso un hábito y estuvo con él los doce meses. Nunca supimos por qué. Después de muchos años, cuando ella ya había muerto, le pregunté a mi padre: “¿Pero tú tuviste algún lío con otra, y ella se enteró y ofreció un sacrificio o algo, o yo estuve enfermo y ella le prometió algo a Jesús de Medinaceli?”. Pero mi padre estaba tan perdido como yo.
P. ¿Un año con el hábito y nunca supieron por qué?
R. Bueno, el hábito era bonito. Tenía un cordón dorado y tal. El secreto se lo llevó a la tumba. Cuando murió, mi padre y yo hablábamos del tema un montón. La vida está llena de esas cosas. Está bien que sea así.
P. Su padre.
R. Era pintor. Buero Vallejo le llamó el último cubista. Manuel García Meana. Había hecho unos carteles para el Partido Comunista en el año 1935. Al acabar la guerra lo metieron en la cárcel, pero lo sacaron a los dos días porque no había hecho nada. Se vino de Gijón a Madrid. Un amigo suyo regentaba la peluquería del hotel Palace y lo metió en ella sin que mi padre supiese algo del oficio. Y duró hasta que se puso de moda el corte de pelo a navaja, y ahí mi padre dijo: “Hasta aquí hemos llegado, no puedo matar a nadie”.
P. ¿Se parecía a usted?
R. En nada. Era un gentleman, como le llamaba Alcántara. Delgado, ojos azules, con un humor increíble. Yo le dediqué Volver a empezar. Se enteró en el estreno en Gijón: se quedó helado. Mis padres eran eso que ahora se llama pop, cultura popular. Yo iba con ellos al Prado y mi padre me hablaba, delante de Las Meninas, de “la luz convaleciente”. Íbamos a la plaza de toros, al Campo del Gas, a Chamartín, al Metropolitano…
P. Usted se hizo del Atlético de Madrid.
R. Mi padre me sacó el carné de socio infantil del Madrid y del Atleti. Yo ya tiraba por el Atleti. Recuerdo aquel partido que acabó 2-1 en el que Di Stéfano marcó —yo creo que en fuera de juego— un gol antológico de tacón, de espaldas. Año 1954. Salimos del estadio con aquellos torrentes de gente, muchísimas motos y camionetas llenas de gente gritando: “¡A Diego de León!, ¡a Antón Martín!”. Yo estaba triste. Y mi padre me dijo: “No, Jose, has vivido un momento histórico. Cuando tú seas mayor dirás: yo vi ese gol. El resultado será lo de menos, tú habrás visto ese gol”. Ese sentido es el que yo tuve de chaval. Quién me iba a decir entonces que yo iba a conocer a Di Stéfano, que íbamos a presentar un programa en Estudio Estadio, que estaría en mi casa…
P. Ve fútbol todos los días, cualquier partido. Como el cine, aunque no cualquier película.
R. A mí me ha gustado más el fútbol que el cine. Y me hubiera gustado más ser campeón del mundo de fútbol que ganar un Oscar. Oscar lo tienen muchos. Mi amigo Gil Parrondo tenía dos, por ejemplo. Pero ser campeón del mundo, eso tiene que ser una cosa impresionante.
P. El Atleti.
R. Este año está empezando a tener la suerte del Madrid. Yo he apostado a que gana la Champions. Pero he visto perder muchísimo al Atleti, que es cine negro, film noir. Tiene que ver con el fatalismo, con una desesperación extraña. Y tiene algo difícil de definir. Ya sé que para todos sus clubes son especiales, pero el Atleti es raro; el equipo de la capital, pero con un componente extraño. Ese campo que tenía antes, el Metropolitano, que era como ir al Bronx.
P. ¿Su padre era atlético?
R. No, mi padre era del Sporting. Nunca le vi gritar en el estadio: ni a un árbitro, ni a un jugador, ni a un presidente. Yo tampoco lo hago. En mi vida he gritado en el campo.
P. ¿Ni el gol?
R. El gol sí, pero tampoco es que me vuelva histérico con esa cosa de tirarte por el suelo. Entre otras razones porque si eres del Atleti estás pensando que te van a empatar enseguida, o que el árbitro va a pitar cualquier tontería. En el Atleti nunca se celebra nada del todo hasta el final.
P. ¿Es antimadridista?
R. Antimadridista nunca. Cómo no voy a querer al Madrid, si he visto debutar a Di Stéfano. Lo que pasa es que desde niño siempre fui del Atleti.
P. ¿Por qué?
R. Quizá por el color. En aquella época de blanco y negro, el Atleti era azul, era rojo. Los blancos —el Valencia, el Sevilla, el Madrid— estaban empastados en la época.
P. Empieza a trabajar a los 16 años.
R. Cuando terminé la preuniversitaria mi padre me dijo: “Chico, hay que ponerse a trabajar”. Me metió por recomendación en el Banco Ibérico. Ganaba 1.316,10 pesetas. Entregaba en casa mil pelas. 316,10 para mí. Y todos los días de mi vida salía del banco a las siete de la tarde y me iba a la Gran Vía para entrar en el Palacio de la Música, el Avenida, el Coliseo, el Lope de Vega. Todos los cines, vaya.
P. Y al volver de la mili, compaginó el banco con Taurus Ediciones.
R. En la mili coincidí en la misma compañía, mismo batallón y misma fila con Martín Ferrand y Forges. Allí estábamos cuando entra un tío enorme y dice: “Yo soy el capitán. Este es mi despacho. Aquí no entra ni Dios. Si Dios quiere entrar, tiene que llamar a la puerta, yo diré ‘¿Quién es?’, y él dirá: ‘Soy Dios’, y yo decidiré si entra o no”. Año 66. Cómo debía de ser eso en el año 45.
P. En Taurus se acerca al cine, donde empieza con José Luis Dibildos.
R. Y empiezo a conocer a gente impresionante, como el director de Taurus Manolo García Pavón. O Manolo el Pollero, que era la leche. Tiene un poema sobre el Niño Jesús que es como Lope de Vega: “Y cuando de niño, con los otros niños, / jugabas tú. / ¿Sabías o no sabías / que eras el Niño Jesús?”. ¡Y Eladio Caballero, con el que trabajé en Taurus! Y Federico Muelas, que se levantaba y daba discursos. Hablaba sin parar el tío. Le hicieron un poema que corrió mucho por Madrid que decía: “En el portal de Belén, / habla Federico Muelas. / Cuando termina de hablar, / las pastoras son abuelas”. Y había uno que sacaba muchos libros de poemas, no recuerdo el nombre, ponle Antonio Gómez: “Maldición, / dijo el cartero. / Otro libro de Antonio Gómez, / y estamos a dos de enero”.
P. Hablemos de cine.
R. ¿De cine?
P. ¡Qué grande es el cine!
R. Qué grande es el cine es un programa que se hizo gracias al PSOE. Cuando llegó el PP al gobierno, lo quitó. No dije nada cuando me lo dieron y no dije nada cuando me lo quitaron. El propio PP me lo devolvió, y cuando llegó el PSOE me lo quitó. Pues vale, hombre. Nada que decir.
P. Pero qué grande es, de verdad.
R. Yo he tenido la suerte de verlo en su esplendor, en los años 50, la época dorada. Cuando la gente hacía colas, se levantaba por la mañana los domingos para sacar las entradas de las cuatro y de las siete. Luego llegó la televisión, que era otra fe. Y empezaron a combinarse bien. Y ahora las tabletas, el móvil. Vamos a necesitar siempre que nos cuenten historias. Esa cosa vieja de un tipo que viene de un país desconocido, le dices ‘Siéntese usted aquí y cuéntenos’…
P. Usted ha tenido además la suerte de hacer películas. Pero se presenta como exdirector.
R. La verdad es que me gustaría seguir haciendo cine, no escribir libros. Pero no hay manera, y además yo tampoco estoy entre mis directores favoritos. He hecho algunas películas que están bien, ¿pero obras maestras? Ni soñarlo. Una obra maestra es Plácido de Berlanga, una obra maestra es Tristana de Buñuel.
P. ¿En qué película suya hay más de usted?
R. En Tiovivo c. 1950. Pero son cosas que se hacen de forma inconsciente. Yo nunca he hecho cine de autor, esa es la verdad
P. ¿Qué es cine de autor?
R. Un cine que lo firma un señor y pone en grande “un filme de…” y no ha escrito ni el guión. Esas son cosas de la Nouvelle vague. “Un filme de…”, pero qué pasa, ¿has hecho tú la música, la fotografía? ¿No hecho la película nadie más que tú?
P. Dice que le gusta más el fútbol, pero ese brillo en los ojos sólo lo tiene cuando habla de cine.
R. Para mí el cine siempre fue una vida de repuesto. Desde que era niño. Está tu vida, vale. Pero luego ves una película y lo sublimas todo, y piensas “esa chica de la película sería más feliz conmigo, yo la trataría mejor” [ríe]. Es así. Las películas buenas son de verdad, reales. Sacristán, mi querido amigo Pepe, se desmayó viendo en la pantalla cómo torturaban a Sabú. Lo recogió su padre del suelo. Yo una vez estaba viendo en el cine Revuelta en Tahití con unos chavales delante de mí. Al final salía un barco cañoneando la costa, y uno de los chavales le dijo al otro: “Cúbreme, que voy a mear”. Y se fue corriendo agachado de la sala, el tío. Eso es el cine. El cine fue una religión. Y Hollywood fue un estado independiente que dominó el mundo mucho tiempo. Allí se fabricaban todos los sueños del planeta.
P. Publica prácticamente dos libros al año, los últimos Deborah (Notorius), que es una antigua conversación suya con Deborah Kerr, y Películas malas (Notorius). Y está a punto de salir un libro sobre Lo que el viento se llevó.
R. Lo que el viento se llevó fue el acontecimiento de una generación. La gente venía los fines de semana a Madrid para verla. Era tan larga que les dejaban pasarla sin NO-DO. La música, el color. Vi el principio con once años escondido detrás de unas cortinas en el cine hasta que mi padre me encontró. Yo le dije: “Es más bonito el color que el arco iris”. “Vamos Jose, ya la verás cuando seas mayor”, respondió. Envejece tan bien porque es clásica. Y aquel principio del libro de Margaret Mitchell: “Escarlata O’Hara no era guapa, pero los hombres se daban cuenta de ello cuando ya se habían enamorado”.
P. Acaba de publicar el periodista Arturo Lezcano una crónica impresionante, Madrid, 1983 (Libros del KO), en la que tiene unas páginas dedicadas a El crack y su importancia social.
R. El crack es una obra de derrumbe, algo que ya está entre el final de la dictadura y el principio de la democracia. Y de ese mundo sale un tío que dice: a mí no me importa que huela a mierda, pero me gusta que digan la verdad.
P. El crack cero, su última película, no obtuvo una candidatura en los premios Goya.
R. De los cracks es la que más me gusta. ¿Fue justa la Academia? Es igual. Para ellos ni existió. De esas cosas no hay que preocuparse. No he sido rencoroso nunca, no lo voy a ser ahora ya. Si alguien se mete conmigo, pago y doy propina. No me interesa estar en conflicto con nadie, no merece la pena.
José Luis Garci, el hombre al que todos los clientes del restaurante reconocen cuando pasan por su mesa, ha dado cuenta de la comida y la bebida. Pide una bola de vainilla de postre y un café. Es un apasionado del boxeo. Y forma parte de un programa radiofónico de culto, Cowboys de medianoche (EsRadio) junto a Luis Herrero, Eduardo Torres-Dulce y Luis Alberto de Cuenca. Durante la conversación cita películas y secuencias saltando de unas a otras con felicidad infantil. Tú y yo, Centauros del desierto, El puente de Waterloo, Los puentes de Madison, Días sin vida. “Días sin vida es sobre Scott Fitzgerald y Sheila Graham. El final es increíble. Él está con los folios de El último magnate, su novela. La ve a ella, está todo bien, está todo en orden, está todo limpio, ha dejado de beber, fuera hace un día estupendo. Y dice: ‘Soy de esa clase de personas a las que el éxito le sienta bien. Hay gente que necesita un fracaso de vez en cuando para espabilar. Yo no’. Entonces se desploma y muere. La vida, amigo”. “¿Qué clásico viste hace poco?”, pregunta de repente. “La noche se mueve”. “Ah, Night Moves. Arthur Penn. Y ese diálogo:
–¿Dónde estabas cuando mataron a Kennedy?
–¿Qué Kennedy?
–Cualquier Kennedy.
P. ¿Cree en Dios?
R. Me gustaría, porque si así fuese pensaría que en el cielo está el Madrid ganador de la Copa de Europa al Eintracht jugando contra el Brasil que ganó el Mundial 58. ¡Ver a Cassius Clay contra Joe Louis! Pero eso qué es. Eso es el cielo. Por eso merecería la pena creer en Dios.
P. ¿Pero no?
R. Ahora que me acerco a la prórroga: no hay nada. Como no había nada antes de que naciese. O hay misericordia, misterio. Un día estaba con Severo Ochoa en el bar del hotel Reconquista de Oviedo. Hablamos de cine. La charla se alargó, y me dijo: “Desengáñate, somos física y química”. Yo le dije: “¿Y esa gota de vermú seco que nos han echado en el martini y que ha revolucionado la ginebra, y ya no es ginebra?”. Somos física y química, y una gota de misterio que nunca vamos a entender. Como cuando con la música te acercas a algo que no puedes definir. Yo escucho el segundo movimiento de la Septima sinfonía de Beethoven y… ¿Nunca has tenido la sensación de que hay algo cerca de ti que no sabes lo que es? No tiene que ver con la religión. La religión la hemos hecho nosotros, hemos inventado todo eso. La Biblia la han escrito decenas y decenas de escritores, es un libro de ciencia ficción precioso. Pero de la muerte no ha venido nadie. Ulises, el único.
P. No hay paraíso, por tanto.
R. Esa gente que dice que después vendrá un mundo mejor y más feliz. Coño, pues vete, a qué esperas si aquí te van a quitar la hipoteca. ¡Ah, pero no se va nadie! A dónde te vas a ir.
P. ¿A dónde le gustaría ir a usted?
R. De momento a mi casa. Le decía Watson a Sherlock Holmes en la película de Billy Wilder: “Me voy, que se me ha hecho tarde”. Y contesta Holmes una frase encantadora: “A nosotros nunca se nos hace tarde, siempre se nos hace pronto”.
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